martes, 6 de diciembre de 2011

Dos

La tengo delante. Cojo su mano y acaricio sus mejillas con dulzura mientras duerme. Siempre me ha llamado la atención su pelo. Pocas personas he visto yo con un pelo tan cuidado y tan negro. Supongo que el pelo va a juego con los ojos tan oscuros. Tiene una mirada difícil de olvidar con esos ojos rasgados.

Recuerdo que la primera vez que la vi, en la academia, ya noté que no era como las otras reclutas que se presentaban. Era más femenina y más joven que cualquiera de las demás, por lo que pensamos que esa guapita de cara no duraría mucho entre nosotros. Pero aparte de que se desmarcaba de la típica militar, había algo que la distinguía de las demás, y era una confianza ciega en sí misma, y una determinación increíble para conseguir lo que quería. Vamos, como yo, lo que hizo que desde un principio el ambiente entre nosotros fuese un poco tenso y competitivo. Dos gallos en el mismo corral no se suelen llevar bien.

Cuando pasaron los meses, y según se iba haciendo menor el grupo de candidatos a las Fuerzas especiales, nos tocó juntos en una práctica de supervivencia por parejas, puntuable para las eliminatorias. Un cuchillo por pareja, un monte sin contacto alguno con la civilización, y un grupo de 10 personas intentando darnos caza. Había dos formas de acabar esas prácticas., o neutralizar o ser neutralizado. La segunda opción te dirigía directamente a la expulsión de los exámenes y, por tanto, acababa con las esperanzas de muchos aspirantes que no podrían volver a presentarse.

Es muy complicado tener que depender de alguien con quién no te llevas bien, pero aprendes a hacerlo, y más si sabes que te estás jugando tu futuro. Nosotros lo hicimos, y lo hicimos bien.

Fuimos muy pocos los que lo conseguimos, y nosotros fuimos los más rápidos. Salimos muy reforzados de esa práctica, tanto que en las operaciones puntuables por parejas, no dudamos en repetir. Sabíamos que éramos los mejores, y así sacábamos las mejores puntuaciones. Poco a poco, quién nos lo iba a decir, nuestra amistad se fue forjando. Pasamos de compañeros de barracón, a compañeros de prácticas. Incluso quedamos alguna vez para salir con amigos de unos y otros. Más tardé nos confesamos las primeras impresiones que tuvimos el uno del otro. Ella me vió como un rival desde el principio. Era igual que yo.

Conseguimos superar el curso, y gracias a nuestras notas nos asignaron a un grupo de pruebas de los Tzáhal, las fuerzas militares israelíes, en un programa de prueba al que nuestro país era invitado por primera vez.

Para nosotros era un auténtico reto y una prueba del todo o nada, porque algunos de los mejores y más duros instructores del mundo se nos querrían merendar. Y realmente lo intentaron. Días sin dormir, exámenes de liderazgo bajo presión de fuego real, conocimientos técnicos, logísticos y armamentísticos, exigencias de una puntería perfecta, pruebas físicas que ponían nuestros cuerpos al límite... y dolor. Mucho dolor. Vimos hombres como montañas romperse psicológicamente. aquellas cosas daban que pensar.

Terminamos ese programa con una nota buenísima. No la mejor, ciertamente, pero no estuvimos lejos, lo cual es un logro para ser nuestra primera vez. Volvimos a casa convertidos en héroes, por así decirlo. Los mandos israelíes daban las gracias por nuestra participación y felicitaron a los de arriba por nuestra preparación. Las cosas nos salían perfectas, no podíamos pedir más, y fuimos ascendiendo relativamente rápido hasta que pudimos llegar a donde nos habíamos planteado en un principio. El escuadrón al que pertenecemos ahora.

Regresamos de allí siendo auténticos compañeros. Allí nos enseñaros el verdadero sentido de la palabra compañerismo. Nos quedó claro que el valorar esa palabra es la diferencia entre volver a casa o que tu madre reciba una bandera doblada.
Joder, estamos en un momento en el que formamos una pareja inseparable.

En una de las charlas que se nos dió en un curso sobre supervivencia, quedó patente que lo nuestro no era una simple pareja de combate. El oficial en jefe lanzó una pregunta al aire. ¿Quién estaría dispuesto a morir por su compañero? Fuimos los dos primeros en dar un paso al frente. De forma automática. A pesar de que no nos veíamos el uno al otro por estar cada uno en una punta de la sala, sabíamos que el otro había avanzado.

Debido a nuestro trabajo y nuestros viajes, el tener una relación estable se hace casi imposible. Lo bueno de eso es que no estamos atados con nada ni con nadie. Por eso siempre nos vamos juntos de vacaciones. Hemos visto las pirámides, las ruinas aztecas, la muralla china, hemos paseado por París o la quinta avenida... cualquier cosa es válida para desconectar de todo y seguir juntos, al fin y al cabo seguimos siendo unos chavales. Y es que a pesar de haber vivido más que cualquier otro de nuestra edad y haber madurado a la fuerza, no nos han quitado la ganas de pasarlo como debe pasarlo nuestra generación.

Pero no sólo en vacaciones hemos hecho mil cosas entre nosotros. Las navidades las solemos pasar fuera de casa juntos, por trabajo. Los cumpleaños, lo mismo. Nos hemos ayudado mutuamente a decorar nuestras casas, hemos cuidado de la familia de uno y otro cuando alguno se iba fuera, nos hemos aconsejado en infinidad de temas... nuestra relación es, ciertamente, especial. De hecho, no recuerdo la última vez que discutimos por algo.

Si existen las almas gemelas, yo creo que nosotros lo somos. Coincidimos en casi todo.
En una relación de pareja a lo mejor sería un problema, pues es posible que acabase siendo hasta aburrido, pero lo nuestro es distinto. Coincidimos en tantas cosas que ya nos lo tomamos a cachondeo. Incluso en dos fotos que resumen nuestras vidas coincidimos.

La primera foto es la de la graduación con los Tzáhal. Los dos la tenemos en el salón de nuestras casas. La foto es curiosa porque ella es la única chica de las 24 personas que hicimos el curso. Y así me lo recuerda muchas veces cuando trato de picarla por su menor fuerza física.
Es posible que ella no pueda sacar a una mole de 100 kilos de un tanque en llamas, pero posiblemente ese tanque jamás arderá porque ella habrá hecho bien su trabajo.
Esa foto marca una de las caras de la moneda de nuestras vidas. La seria.

La otra foto es en París. Disneylandia. Y es la cara que más va con nosotros.
La llevo a caballito entre la gente mientras me coloca una orejas de Mickey y me besa en la mejilla. Nos la hizo un hombre que iba por el parque haciendo fotos a las parejas y vendiéndolas por la voluntad. Realmente no es una foto demasiado llamativa. Pero tiene algo.. no sé. A mí me encanta y a ella también. Siempre la colocamos en la taquilla de la instalación a donde nos destinen. Si no hay taquilla, va al bolsillo de la pernera. Derecha en mi caso, izquierda en el suyo. En algo debíamos ser distintos.

Muchos amigos nos preguntan cómo es que no hemos acabado siendo pareja, y cuando viajamos, mucha gente da por hecho que lo somos y nos regalan cosas en los mercados - Para los novios. Para la parejita. Para los enamorados - Pero es una cosa que jamás nos hemos planteado. Se ha hablado a veces, entre risas. Es más, algunas veces hemos aprovechado esa confusión, pero los dos sabemos que estamos en una etapa en la que ser pareja digamos que sería retroceder en nuestra relación. Es difícil de explicar. Estamos ya por encima de eso. Para mí es como mi hermana. Joder, es el 50% de mi vida. ¿Por qué deberíamos cambiar algo que es perfecto?
La quiero muchísimo y ciertamente, no veo como podría seguir mi carrera o directamente mi vida si nos separasen.



No sé qué pasó. Todo salió mal. Nada estaba donde debería estar y no había ninguna salida clara.
Quién dió los datos los dió de forma errónea, porque eso no se parecía en nada a lo que nos dijeron que nos encontraríamos. No estábamos preparados para aquello y no teníamos material para afrontar la situación.

No sé cómo logramos salir de allí...


La enfermera me toca el hombro. Me saca de mis pensamientos y me recuerda que debo descansar de mis heridas. Llevó allí sentado, sin moverme de su lado, más de 24 horas. La oigo gemir y se me empañan los ojos.




Se muere.

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