sábado, 31 de marzo de 2012

Salvador (I)

Cierto día, hace ya unos años, tuve un sueño. Soñé con un mundo gobernado por fuerzas desconocidas. Personas con túnicas que endiosaban figuras con un cetro con una recreación del planeta en la punta. Soñé con un planeta arrasado miles de años atrás y reconstruido gracias a la magia. Facciones que luchaban entre sí por insignificantes piedras de colores que destilaban brillos cegadores. Y lo que más recuerdo, o lo que tengo más claro en la mente, es a la gente clamando por un salvador, mientras cientos de pueblos eran devastados por hechizos imposibles.

Me desperté sobresaltado a las 7:42, minutos antes de que sonase el despertador, sudando, y mientras me ponía mi reloj (siempre me lo quito para dormir) y me vestía para ir a desayunar, seguí dándole vueltas al sueño. Yo sabía que había visto ese cetro en otro lugar, sin embargo no conseguía fijar esa imagen en mi cabeza. Me cabreaba el hecho de que cuanto más quería profundizar en el sueño, más difícil se me hacía recordarlo. No le di más vueltas y me fui a desayunar.

De camino al trabajo, me fijé en un autobús, más concretamente en un lateral de éste, en el cual un cartel que promocionaba una obra de teatro, sacaba en primer plano un cetro que me pareció el del sueño. "Entradas disponibles en tiendas habituales y en la biblioteca de ahí al lado"...
¿Cómo? Lo volví a leer."Entradas disponibles en tiendas habituales" O seguía medio dormido o habría jurado que se mencionaba la biblioteca "Dallas". Una biblioteca que nadie sabía como podría seguir en pie. Era tan misteriosa y deprimente tanto por fuera como por dentro.

Yo la conocía bien, puesto que de vez en cuando me habían hecho falta algunos libros y era la más cercana a mi casa. Cierto es que como nunca había nadie, siempre estaban los libros que buscaba. Por alguna extraña razón, me sentí tentado de acercarme a la biblioteca y preguntar, de todas formas, iba con tiempo de sobra para el trabajo.

Llegué a la biblioteca y abrí la puerta. Me encontré una biblioteca más lúgubre que nunca, sin apenas iluminación y con un silencio inquietante. Miré la puerta. ¿Un cartel de cerrado? ¿Y por qué la puerta está abierta? Al entrar en la biblioteca, percibi una extraña sensación en el ambiente, como si me estuviesen mirando desde todas las direcciones. La puerta se cerró a mi espalda, con cuidado, como para no hacer ruido. Intenté abrirla pero no pude, ahora sí estaba cerrada de verdad la biblioteca. Un escalofrío me atraveso de arriba a abajo. Empecé a ponerme nervioso.

Miré a un lado y a otro y pregunté si había alguien. Nadie. Escuché unos golpes en unos pasillos cercanos y me dirigí hacia allí por si era el bibliotecario. No sé si iba con miedo, pero era una sensación extraña. Notaba una presión alrededor como si las paredes se moviesen y me fuesen haciendo un camino. Entonces lo ví. Era un libro blanco que resaltaba en la estanteria oscura. Rodeado de libros antiguos y llenos de polvo descansaba ese otro algo más grande que éstos. De un blanco impoluto, parecía que invitaba a los visitantes a cogerlo.

¿Qué iba a hacer si era cogerlo? Ya estaba allí, y la situación ya era tan extraña que me daba igual, así que no me iba a quedar con las ganas. Lo cogí. De repente oí un ruido a mi espalda. Una figura encapuchada y cabizbaja se plantó delante de mí. Me llevé un susto considerable, y me corté con una de las baldas de madera, ya resquebrajadas, en la rodilla

- Ese libro te ha llamado, hijo - me dijo - Muchos han pasado por aquí sin ser llamados, pero ese libro se ha iluminado para tí. ¿Eres tú a quién llevamos siglos buscando? Sólo tú puedes darnos la solución a esa pregunta. Aquel que es llamado por el Secet sagrado deberá superar una prueba para enfrentarse al Camino. De no superarla, todo ésto quedará en el olvido, y posiblemente quedemos condenados. Nada podrá ya ayudarnos. Espero que estas no sean las últimas palabras que te dirijo.. Acto seguido, golpeó dos veces el suelo con su bastón, y debí perder el conocimiento.

Me desperté, no sé cuanto tiempo después, mi reloj seguía marcando las 07:42. Debió haberse parado. Estaba en una sala circular, sin ventanas, sin puertas. Nada. No había nada en ningún sitio, ¿por dónde se salía? Palpé por toda la superficie y no encontré cerraduras, ni pomos ni nada que me hiciese pensar que había forma de salir.
Estaba muy nervioso, porque me dí cuenta rápidamente de que tampoco había ventilación ninguna. Había una ligerísima luz en la sala, pero no pude averiguar de donde salía, porque no había rendija ninguna, ni para la luz... ni para el aire.

Cuando mis ojos se acostumbraron a esa escasa luz, pude distinguir en una de las zonas, con letra pequeña y cuidada, un par de párrafos. Recuerdo que eran dos acertijos. Acertijos que, aunque los tengo en la mente, no soy capaz de escribirlos. Es como si cuando fuese plasmarlos en un papel se me fuesen de la memoria. También me pasa cuando intento contárselo a alguien, no soy capaz de recordarlo en el momento. Es muy frustrante, y es excesivamente agobiante.

Puedo recordar que eran símbolos extraños. Símbolos que no había visto en mi vida pero que supe interpretar sin ningún problema. Es difícil de explicar. ¿Cómo pude conocer y entender algo que jamás había visto? La verdad es que recuerdo vagamente que hablaba de conceptos que no había escuchado jamás, incluso me atrevería a decir que hablaba de conceptos que no existen, por así decirlo, no sé... pero conseguí entenderlo todo.

Sé que resolví esos acertijos. Cuando mentalmente encontré la solución a ellos, la luz del habitáculo se fue haciendo más brillante, hasta que tuve que cerrar los ojos y ponerme las manos delante. Seguidamente comenzaron a dolerme los oídos y caí de rodillas. Debí perder de nuevo el conocimiento. Desperté en mi cama, como si nada hubiese pasado. Como si todo hubiese sido un sueño. Lo extraño es que cuando miré la hora, eran las 7:42. Pero dos detalles me pusieron la piel de gallina. Llevaba puesto mi reloj y tenía una cicatriz, apenas visible, en la rodilla. Cicatriz que aún mantengo.

No sé qué pasó, no quiero saberlo, y aunque necesito una explicación para ello, me da miedo. Y más miedo me da el hecho de que a lo mejor la próxima vez, no paso la prueba o lo que sea que fuese aquello.

El hecho de que escriba ésto, es porque quiero dejar constancia de lo que me pasa y de mi miedo. Acabo de darme cuenta, que todos los relojes de mi casa se han parado a las misma hora esta mañana.

Supongo que a estas alturas, ya sabréis qué hora marcan..

viernes, 30 de marzo de 2012

Invasión

Seguimos escuchando las explosiones. Es algo atroz. No hay descanso.
Hace más de 10 horas que comenzó una invasión que no esperábamos ni por asomo. Nos sorprendieron con los escudos desactivados, con los cañones sin preparar. Nadie esperaba que nos hicieran esto. Nadie.

Sus cazas de ataque y cruceros no encuentran defensa ninguna y avanzan con una facilidad terrible. Si esto continua así, no podremos plantarles cara durante mucho más. El canal de ayuda no responde. Estamos intentando recibir alguna transmisión, pero no cogemos más que interferencia y estática por los monitores.

No sabemos realmente cómo nos va ahí fuera, pero las previsiones no son nada halagüeñas. Desde este bunker civil ya estamos prácticamente incomunicados y, quitando alguna noticia vía onda corta, estamos totalmente aislados del mundo exterior. No hay noticias de otras zonas, no hay imágenes, estamos a ciegas. Apenas hemos podido llegar una decena a resguardarnos, ha sido un ataque brutal, planificado al milímetro para causar el mayor número de bajas en los primeros minutos.

Suponemos que vienen a por nuestros recursos naturales, nuestro agua, pero no han realizado petición de ningún tipo. ¿Qué es lo que quieren? Les hacemos los mejores precios de la galaxia, venderles más barato no nos sería rentable. No quieren negociar. No quieren sentarse a discutir una solución a lo que sea que ellos quieran. Han venido a conseguirlo todo por la fuerza. Es una raza agresiva y violenta, jamás nos habíamos encontrado con algo así. Su flota espacial es imparable.

Nosotros no estamos preparados para la guerra. Nuestro mundo no posee ningún ejército más que lo primordial para protegerse de algunos piratas. En esta colonia el 95% de la población es trabajadora. Mineros, agricultores, pastores.. La gente no está preparada para una ofensiva a gran escala como ésta. Han venido a exterminarnos.

.... .


Hace una hora que han dejado de escucharse las explosiones. Nos preparamos para salir. Nos tememos lo peor, pero tenemos que verlo. Ya no recibimos ninguna comunicación del exterior, y no sabemos que estará pasando ahí arriba.

Apenas podemos respirar al salir, debido a la gran polvareda que hay. Cuando se va despejando y conseguimos ver algo, nuestras pocas esperanzas se rompen como un castillo de naipes. No queda nada en pie. La ciudad que representaba la prosperidad y riqueza del planeta, ha sido reducida a cenizas.


De repente, un láser rojo se me para en el pecho. Escucho una detonación y algo me atraviesa de lado a lado. Se me nubla la vista, aunque antes de caer al suelo, consigo ver a mi atacante.


- Malditos seáis, humanos, jamás debimos hacer tratos con vosotros...

jueves, 22 de marzo de 2012

18. Ni uno menos

Miro desde lo alto del castillo y en cualquier dirección. Sólo veo destrucción. Así debía ser.
Jamás volverán a atacar a mi pueblo. Ya no queda nadie que tenga el valor de oponerse a nosotros. El ejercito que hemos creado no conoce el miedo, la piedad o la razón cuando se trata de salvar a los suyos. En cambio conocen la rabia. Y saben cómo y cuando desatarla.

Han pasado 9 largos años. Y ahora ya puedo volver a casa.



Cierro los ojos y mi mente retrocede al comienzo de todo. Sonrío.


Desde siempre, el Maestro Vornal fue importante en la aldea. El anciano más anciano de todos, ya ciego, pero también el más sabio. Valiente, meticuloso, tranquilo.. y conocedor de las más secretas artes del sigilo y el asesinato. Había participado y presenciado cientos de batallas.

Había salvado a decenas de compañeros, pero también había visto segar la vida de muchos otros. Era toda una leyenda viva, como digo. Y cuando quedé huérfana, él se ocupó de mí.
¿Por qué? No lo supe en su momento. Yo sólo tenía 4 años y quedé huérfana como muchos otros niños. Las guerras contra nuestros enemigos eran continuas, y la perdida de padres, madres y hermanos, una dolorosa rutina. Debimos pasar de ser una raza tranquila a convertirnos en una temida y peligrosa. Supervivencia lo llaman. Que el maestro Vornal me cogiese bajo su tutela fue una honra y lo que me convirtió en lo que soy. Aunque en ese momento yo no lo sabía.

Desde que me tomó bajo su tutela, aprendí cosas que jamás imaginé que podría dominar. Potencié habilidades hasta límites insospechados. Mi maestría con las armas me llevó a lo más alto. Conseguí controlar mi rabia para que estallase en los momentos críticos y convertirme en pura destrucción. Tenía la base para convertirme en una de aquellas guerreras que tienen estatuas en las aldea. Una de esas guerreras de las que todos estamos orgullosos y forman parte de nuestra historia.

Pero no todo fue entrenamiento físico. Leí libros con historias, batallas y conocimientos que ni en mis imaginaciones más alocadas llegué a soñar. Aprendí a sumar y restar rápidamente, a multiplicar aún más rápido, a calcular distancias, probabilidades, medir impactos, resistencias, conocer los metales, adelantarme a las condiciones meteorológicas, aprovecharme del terreno, del engaño, de la oscuridad... Sólo cuando aprendí todo lo que él quería, me di cuenta de en qué me estaba convirtiendo.

Cuando cumplí los 15 años, mayoría de edad para nosotros, me llegó el momento de embarcar al nuevo continente. Ya estaba formada, tanto mentalmente como en las más mortíferas artes guerreras.
Por fín Vornal había creado lo que llevaba tanto tiempo intentando. Alguien que pusiese fin a tantos años de muerte, caos y destrucción. Su cachorro. Su niña. Su guerrera.

Su General.


Antes de zarpar, le hice la pregunta que llevaba años dando vueltas.

- Maestro, ¿Por qué yo? - Y ví lo que pareció una leve sonrisa en su cara.

"Jamás te lo he contado. - me dijo - Escogí al cachorro que quise. Desde que nacéis, os investigo. Os observo y examino con detenimiento. Nada queda al azar, desde que amanece hasta que se oculta el sol vivís bajo mi atenta mirada. Donde los demás sólo ven graciosos cachorros de trol, yo veo futuros salvadores de nuestra poderosa raza. Al igual que los demás, tenías la dureza y potencia propia de un trol... eras rápida, muy rápida, sí... y valiente. Temeraria incluso. Eras feroz. Como algunos otros, apuntabas a ser un líder al que seguir. Sin embargo, tú tenías.. tienes.. algo que los demás no. Algo... que sólo yo fuí capaz de ver. ¿Lo adivinas? ¿No? Te lo diré. Tienes... suerte."


Aún estaba asimilando las palabras que salían de su boca tan contundentes como un martillo Orco, cuando me ofreció dos cajas. Deposité en el suelo la más pequeña, y abrí la otra.
Abrí la más grande, alargada, encontré una espada. Era la espada del mismísimo maestro Vornal. Forjada con un metal no conocido en este continente. Un metal liviano, pero a la vez demoledor. La espada que mi maestro había guardado durante décadas y que aún mantenía la ferocidad y la rabia de la batalla en su hoja, de un leve color rojizo.

Envainé la espada atada a mi cinturón, y creí sentir como vibraba. Cogí la caja pequeña y me sorprendió su ligereza. Al abrirla encontré un ramo de 18 orquídeas negras.

- Cada una de estas orquídeas - dijo - descansará en el pecho de cada líder enemigo que derrotes. Una por cada capital. Para cualquier otro, sería un suicidio, pero me he asegurado bien de no enseñarte qué significa esa palabra, por lo que no debes temerlo.
Agota el ramo, pequeña. Haz todo lo que puedas, con lo que tengas. En donde estés.
Ahora, debes partir.


Antes de poner el pie en el barco que me llevaría tan lejos, hice quizás, mi última pregunta a mi mentor. Jamás había pisado ninguna otra región. ¿Qué me encontraría en otro continente?

- Maestro, ¿a dónde debo ir?

Abrió los ojos y pude ver en ellos el profundo y vertiginoso color rojo de la rabia. Un rojo tan intenso como la sangre. Entonces me susurró algo apenas audible...

- A la guerra...

miércoles, 21 de marzo de 2012

Recios de Veider

Tras caer a tierra, todo cuanto hubo alrededor en decenas de metros a la redonda, quedó pulverizado por la potente energía que desprendía. No era habitual, ni mucho menos, que un miembro de tan alto rango tuviese que personarse en el campo de batalla para balancear la batalla a su favor. Era una molestia para él y un insulto para las fuerzas de su señor.

Cuando todo estuviese resuelto, él mismo se encargaría de liquidar a todo mando que no hubiese sido capaz de cumplir con su deber. Jamás un demonio de su talla había pisado terreno mortal. Jamás un demonio de primera jerarquía se había visto envuelto en tal minucia. Sí, realmente era molesto, muy molesto.

La simple aura que emanaba de su figura era letal para todo humano que tuviese la insensatez de acercarse lo suficiente. Los soldados del reino caían a su paso. Pasos lentos y pausados, que hacía temblar la tierra y terminaban con cualquier rastro de vida del lugar.

Por un momento enfureció al ver que la batalla seguía molestando sus oídos. Que su presencia no había acabado con cualquier atisbo de resistencia enemiga. Pero instantaneamente este sentimiento paso a un segundo plano, puesto que una sola oración bastaría para cambiar el transcurso de la batalla.

Aún con los ojos cerrados desde que había llegado a ese infierno de sangre y muerte, susurró unas palabras. Algo inaudible, corto, pausado, en un lenguaje ancestral desconocido. Algo maligno.

En ese momento, el suelo se quebró. Las estrellas en el firmamento comenzaron a apagarse. Una neblina oscura cubría todo cuanto la vista alcanzaba. Las flores morían, los lagos se secaban y los combatientes, tanto humanos como demonios, eran consumidos por una oscuridad profunda.

Hacía mucho tiempo que no utilizaba tal cantidad de poder. Se sintió bien, se sintió poderoso. Era muy poderoso, de hecho. Jamás ningún ser le había vencido. Jamás nadie había vencido a Astaroth. Si bien es cierto que no hacía falta, ni muchos menos, hacer uso de un poder semejante en esa situación, lo hizo para dejar claro que no había perdido un ápice de lo que antaño fue en el campo de batalla.

Toda fuerza vital desapareció poco a poco. Nada ni nadie había sido capaz de resistir esa tortura. Cualquier atisbo de vida había sido liquidada. Y se sintió satisfecho consigo mismo.

Apenas llevaba unos minutos en ese lugar y ya se sentía incómodo. No era su lugar. Ese era lugar para seres inferiores, no para seres como él. Cuando fue a dar media vuelta para volver a su santuario, algo le detuvo. Sintió algo. Percibió algo que no podía ser. Algo que no esperaba ni por asomo. Detuvo su pesado caminar, como esperando que hubiese sido fruto de su imaginación, pero volvió a percibirlo. Eran almas. Alguien seguía con vida.

Abrió los ojos y vió algo que no esperaba. El lugarteniente que él envió y que debía haber capturado ese último bastión varias lunas atrás, aquel que dejó de enviar informes, había caído. Su cabeza yacía sobre una pica cerca de la puerta principal, como un trofeo. Un verdadero insulto hacia las fuerzas que él mismo comandaba. Y lo que era más insultante, junto a esa pica, las figuras de cinco hombres enfundados en unas fulgurantes armaduras blancas, impolutas. Cinco hombres en formación que le miraban fijamente.

Era algo inaudito. Algo imposible. Nunca antes nadie había conseguido mirarle a los ojos sin caer rendido a sus pies fruto del terror. Jamás nadie había sido capaz de esa ofensa sin caer destruido por el pánico.

Cerró los ojos intentando encontrar una explicación a los hechos. ¿Quienes eran esos guerreros?
No importaba, no sabía como habrían conseguido resistir su anterior susurro, pero no lo harían con el siguiente. Nadie plantaba cara a aquel que derribaba montañas con una sola palabra, que quebraba los cielos con sus alas, que secaba los mares con su calor. Hacía tantos siglos que no utilizaba aquella oración que dudo al comenzar, pero lo hizo.

La oración habría sido ensordecedora para cualquiera. La luna se tiñó de sangre. El suelo se abrió tragándose todo a su paso, toda vegetación al alcance de la vista murió, cogiendo un color negro como la noche. El cielo lloró. La tierra chilló. Miles de almas aparecían y desaparecían en el oscuro cielo, quejándose por haber sido invocadas por alguien tan maligno. Gritos desgarradores, llantos y lamentos era lo único audible en la zona.

La polvareda era tal que incluso el mismo demonio tuvo que cerrar los ojos. Y sonrió.
Los enormes dedos le cosquilleaban. Era divertido para él. La verdad es que en ese momento le gustó estar ahí, le gustó la destrucción causada. Las almas consumidas, las vidas segadas. Quizá así le dejasen en paz por unos siglos más, no era de su agrado verse inmerso en estas batallas tan nimias, tan insignificantes. Insectos. Eso es lo que eran los humanos para alguien de su estirpe.


Saboreó el dulce sabor metálico de la sangre que caía sobre él. Y entonce decidió marcharse.
Comenzó su lento y pesado caminar de nuevo. El silencio era amo y señor de todo. Nada quedaba. O eso creía él.

Antes de que pudiese sentirlo, escuchó un chasquido. Una rama partiéndose a escasos metros detrás suyo y se volvió para ver, totalmente incrédulo, como esos cinco hombres cargaban contra él con una energía nunca vista. Unos hombres enfundados en esas armaduras blancas. Unas armaduras con un símbolo en el pecho. Una R. Una R que brillaba como la luz más pura. Las armas de estos cinco valerosos hombres le cegaron, y tuvo que resguardarse bajo sus gigantescas alas.

Cuando los hombres cargaron al unísono con su rugido como un potente guerrero, sintió algo que jamás había sentido y de lo que no tenía constancia.

Sintió Miedo.

martes, 20 de marzo de 2012

Todos dentro. Todos fuera.

Llevaba semanas algo ausente. No mejor ni peor en su trabajo, simplemente distinta.
Puede que en otra situación los problemas personales de alguien cercano a mí no me importasen, o no me debiesen importar, o simplemente no les diese la importancia que debería pero cuando se tata de uno de los mios con lo que hay en juego, me importan, y mucho.
Conozco a cada uno de mis hombres como si los hubiese parido. He sido uno con ellos, y a ninguno de ellos le pasa algo sin que yo me de cuenta de que ese algo sucede.

Yo sé mejor que nadie que nuestro trabajo es muy sacrificado. Te la juegas día sí y día también por gente que no conoces y que no te dará las gracias. Gente que jamás sabrá de tu existencia y que no te pondrá cara. Es más, muy poquitas veces nuestro trabajo se ve recompensado más que con una palmadita en la espalda. Realmente puede llegar a quemar, sí, pero así lo aceptamos en su día y, no nos vamos a engañar, así debe ser. ¿Duro? No. Es durísimo. Nadie sabe lo que hacemos. Ni siquiera quienes somos en realidad. Vivimos una mentira diaria que nos consume con demasiada rapidez.
Muchas veces no es lo de ahí fuera lo que acaba con nosotros, sino nuestra mente. Nosotros mismos.

Cuando acepté el cargo, juré que no perdería a nadie de mi equipo. En ninguna circunstancia. Todos dentro, todos fuera. Como jefe de escuadrón, mis compañeros ponen sus vidas en mis manos confiando ciegamente en que los llevaré de vuelta a casa con sus familias de una pieza. Jamás, y repito, jamás, he tenido que llevar una bandera a ningún familiar. No tenía ninguna intención de hacerlo, y sin saberlo, esta tarde iba a ser una de las más duras.

Cuando ayer me pidió cogerse hoy viernes el día libre, no sospeché nada. Llevamos una temporada de mucho estrés y no es raro que alguien me pida un día o dos para desconectar. Ella vive al lado de la playa y le gusta surfear, correr con el perro por el paseo marítimo o simplemente ir de compras. A todas las chicas les gusta ir de compras.

No sé si habrá sido el destino, un pálpito, corazonada o mi sexto sentido, lo que me ha llevado a hacerle una visita a su casa para ver si necesitaba algo. Hemos ido a un parque cercano y, sentados en la hierba con su perro Zulu, ha comenzado a explicármelo todo.

Hemos hablado durante horas. Nunca nadie se me había sincerado de una manera tan clara. Ha salido todo lo que llevaba dentro, desde lo más importante a lo más nimio, pero no por ello falto de valor.
Jamás me imaginaría que una chica como ella, tan entera, tan profesional y tan dura, pudiese romperse de esa manera. Parecía una chiquilla de quince años, nunca la había visto así. Ni yo ni nadie. Totalmente rota.

Bien es cierto que no soy psicólogo. De hecho no es que se me de muy bien aconsejar nada a nadie en situaciones así, pero por lo que sea, he debido apretar las teclas correctas. Que ella haya sacado todo lo que tenía dentro y se haya sincerado así, sin tapujos, debe haber sido lo que a mi me ha ayudado a enderezarla. Ciertamente ha sido muy duro escuchar todos sus argumentos, tan contundentes como un mazo de hierro, para cumplir lo que tenía previsto. Puede que a partir de hoy, ya no veamos las cosas de la misma manera.

Son las 23:14. Hace casi una hora que se ha marchado, y sigo moviendo entre mis dedos temblorosos la pieza metálica que ha encerrado con fuerza en mi puño mientras se le caían las lágrimas y me daba las gracias una y otra vez. Una pieza metálica que yo había visto fugazmente durante estos días en sus manos. Una bala de punta hueca.

La que iba a utilizar en su beretta para suicidarse esta misma noche.

sábado, 10 de marzo de 2012

Cenicienta

Realmente no era espectacular. No nos vamos a engañar.
Morena, algo más bajita que yo y delgada. Normal.
Tampoco llevaba una ropa peculiar o llamativa. Apariencia sencilla, se podría decir.

Como digo, no era una chica que si te la cruzas por la calle haga que te gires, pero llevaba un recogido en el pelo, cruzado con dos palitos negros estilo geisha, que era lo que sí la hacía destacar entre todos los demás borregos que esperábamos en la cola del tren pacientemente. Unos hablábamos por teléfono, otros hablaban entre ellos, algunas mujeres cacareaban de forma molesta y otros infraseres escuchaban música por el altavoz del móvil. Desgraciados. Ella jugueteaba con su mp3. Sin más. Quizás una entre mil. No para mí.

Hay que decir que no me sonaba haberla visto otras veces. O a lo mejor otros días no brillaba como hoy. No sé. Lo que si sé es que tenía que decirle que ese recogido le quedaba genial. Que estaba preciosa, sin buscar otros objetivos más que el simple hecho de comentárselo.

Simplemente quería decírselo para ser justo con ella. Para recompensar, aunque sólo fuese con unas simples palabras, que me aclarase el lluvioso y frío día.

Realmente tenía ganas de decírselo. Quería decírselo. Confiaba en que se bajase en la misma parada que yo para, ya que no pude hacerlo antes de subir, dedicarle unas palabras para, por unos momentos, hacerla sentir protagonista.

No ha podido ser. La he perdido de vista no sé cuando ni cómo.

A lo mejor dieron las doce, y tuvo que marcharse de mi cuento.