jueves, 22 de marzo de 2012

18. Ni uno menos

Miro desde lo alto del castillo y en cualquier dirección. Sólo veo destrucción. Así debía ser.
Jamás volverán a atacar a mi pueblo. Ya no queda nadie que tenga el valor de oponerse a nosotros. El ejercito que hemos creado no conoce el miedo, la piedad o la razón cuando se trata de salvar a los suyos. En cambio conocen la rabia. Y saben cómo y cuando desatarla.

Han pasado 9 largos años. Y ahora ya puedo volver a casa.



Cierro los ojos y mi mente retrocede al comienzo de todo. Sonrío.


Desde siempre, el Maestro Vornal fue importante en la aldea. El anciano más anciano de todos, ya ciego, pero también el más sabio. Valiente, meticuloso, tranquilo.. y conocedor de las más secretas artes del sigilo y el asesinato. Había participado y presenciado cientos de batallas.

Había salvado a decenas de compañeros, pero también había visto segar la vida de muchos otros. Era toda una leyenda viva, como digo. Y cuando quedé huérfana, él se ocupó de mí.
¿Por qué? No lo supe en su momento. Yo sólo tenía 4 años y quedé huérfana como muchos otros niños. Las guerras contra nuestros enemigos eran continuas, y la perdida de padres, madres y hermanos, una dolorosa rutina. Debimos pasar de ser una raza tranquila a convertirnos en una temida y peligrosa. Supervivencia lo llaman. Que el maestro Vornal me cogiese bajo su tutela fue una honra y lo que me convirtió en lo que soy. Aunque en ese momento yo no lo sabía.

Desde que me tomó bajo su tutela, aprendí cosas que jamás imaginé que podría dominar. Potencié habilidades hasta límites insospechados. Mi maestría con las armas me llevó a lo más alto. Conseguí controlar mi rabia para que estallase en los momentos críticos y convertirme en pura destrucción. Tenía la base para convertirme en una de aquellas guerreras que tienen estatuas en las aldea. Una de esas guerreras de las que todos estamos orgullosos y forman parte de nuestra historia.

Pero no todo fue entrenamiento físico. Leí libros con historias, batallas y conocimientos que ni en mis imaginaciones más alocadas llegué a soñar. Aprendí a sumar y restar rápidamente, a multiplicar aún más rápido, a calcular distancias, probabilidades, medir impactos, resistencias, conocer los metales, adelantarme a las condiciones meteorológicas, aprovecharme del terreno, del engaño, de la oscuridad... Sólo cuando aprendí todo lo que él quería, me di cuenta de en qué me estaba convirtiendo.

Cuando cumplí los 15 años, mayoría de edad para nosotros, me llegó el momento de embarcar al nuevo continente. Ya estaba formada, tanto mentalmente como en las más mortíferas artes guerreras.
Por fín Vornal había creado lo que llevaba tanto tiempo intentando. Alguien que pusiese fin a tantos años de muerte, caos y destrucción. Su cachorro. Su niña. Su guerrera.

Su General.


Antes de zarpar, le hice la pregunta que llevaba años dando vueltas.

- Maestro, ¿Por qué yo? - Y ví lo que pareció una leve sonrisa en su cara.

"Jamás te lo he contado. - me dijo - Escogí al cachorro que quise. Desde que nacéis, os investigo. Os observo y examino con detenimiento. Nada queda al azar, desde que amanece hasta que se oculta el sol vivís bajo mi atenta mirada. Donde los demás sólo ven graciosos cachorros de trol, yo veo futuros salvadores de nuestra poderosa raza. Al igual que los demás, tenías la dureza y potencia propia de un trol... eras rápida, muy rápida, sí... y valiente. Temeraria incluso. Eras feroz. Como algunos otros, apuntabas a ser un líder al que seguir. Sin embargo, tú tenías.. tienes.. algo que los demás no. Algo... que sólo yo fuí capaz de ver. ¿Lo adivinas? ¿No? Te lo diré. Tienes... suerte."


Aún estaba asimilando las palabras que salían de su boca tan contundentes como un martillo Orco, cuando me ofreció dos cajas. Deposité en el suelo la más pequeña, y abrí la otra.
Abrí la más grande, alargada, encontré una espada. Era la espada del mismísimo maestro Vornal. Forjada con un metal no conocido en este continente. Un metal liviano, pero a la vez demoledor. La espada que mi maestro había guardado durante décadas y que aún mantenía la ferocidad y la rabia de la batalla en su hoja, de un leve color rojizo.

Envainé la espada atada a mi cinturón, y creí sentir como vibraba. Cogí la caja pequeña y me sorprendió su ligereza. Al abrirla encontré un ramo de 18 orquídeas negras.

- Cada una de estas orquídeas - dijo - descansará en el pecho de cada líder enemigo que derrotes. Una por cada capital. Para cualquier otro, sería un suicidio, pero me he asegurado bien de no enseñarte qué significa esa palabra, por lo que no debes temerlo.
Agota el ramo, pequeña. Haz todo lo que puedas, con lo que tengas. En donde estés.
Ahora, debes partir.


Antes de poner el pie en el barco que me llevaría tan lejos, hice quizás, mi última pregunta a mi mentor. Jamás había pisado ninguna otra región. ¿Qué me encontraría en otro continente?

- Maestro, ¿a dónde debo ir?

Abrió los ojos y pude ver en ellos el profundo y vertiginoso color rojo de la rabia. Un rojo tan intenso como la sangre. Entonces me susurró algo apenas audible...

- A la guerra...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario, mortal.