miércoles, 21 de marzo de 2012

Recios de Veider

Tras caer a tierra, todo cuanto hubo alrededor en decenas de metros a la redonda, quedó pulverizado por la potente energía que desprendía. No era habitual, ni mucho menos, que un miembro de tan alto rango tuviese que personarse en el campo de batalla para balancear la batalla a su favor. Era una molestia para él y un insulto para las fuerzas de su señor.

Cuando todo estuviese resuelto, él mismo se encargaría de liquidar a todo mando que no hubiese sido capaz de cumplir con su deber. Jamás un demonio de su talla había pisado terreno mortal. Jamás un demonio de primera jerarquía se había visto envuelto en tal minucia. Sí, realmente era molesto, muy molesto.

La simple aura que emanaba de su figura era letal para todo humano que tuviese la insensatez de acercarse lo suficiente. Los soldados del reino caían a su paso. Pasos lentos y pausados, que hacía temblar la tierra y terminaban con cualquier rastro de vida del lugar.

Por un momento enfureció al ver que la batalla seguía molestando sus oídos. Que su presencia no había acabado con cualquier atisbo de resistencia enemiga. Pero instantaneamente este sentimiento paso a un segundo plano, puesto que una sola oración bastaría para cambiar el transcurso de la batalla.

Aún con los ojos cerrados desde que había llegado a ese infierno de sangre y muerte, susurró unas palabras. Algo inaudible, corto, pausado, en un lenguaje ancestral desconocido. Algo maligno.

En ese momento, el suelo se quebró. Las estrellas en el firmamento comenzaron a apagarse. Una neblina oscura cubría todo cuanto la vista alcanzaba. Las flores morían, los lagos se secaban y los combatientes, tanto humanos como demonios, eran consumidos por una oscuridad profunda.

Hacía mucho tiempo que no utilizaba tal cantidad de poder. Se sintió bien, se sintió poderoso. Era muy poderoso, de hecho. Jamás ningún ser le había vencido. Jamás nadie había vencido a Astaroth. Si bien es cierto que no hacía falta, ni muchos menos, hacer uso de un poder semejante en esa situación, lo hizo para dejar claro que no había perdido un ápice de lo que antaño fue en el campo de batalla.

Toda fuerza vital desapareció poco a poco. Nada ni nadie había sido capaz de resistir esa tortura. Cualquier atisbo de vida había sido liquidada. Y se sintió satisfecho consigo mismo.

Apenas llevaba unos minutos en ese lugar y ya se sentía incómodo. No era su lugar. Ese era lugar para seres inferiores, no para seres como él. Cuando fue a dar media vuelta para volver a su santuario, algo le detuvo. Sintió algo. Percibió algo que no podía ser. Algo que no esperaba ni por asomo. Detuvo su pesado caminar, como esperando que hubiese sido fruto de su imaginación, pero volvió a percibirlo. Eran almas. Alguien seguía con vida.

Abrió los ojos y vió algo que no esperaba. El lugarteniente que él envió y que debía haber capturado ese último bastión varias lunas atrás, aquel que dejó de enviar informes, había caído. Su cabeza yacía sobre una pica cerca de la puerta principal, como un trofeo. Un verdadero insulto hacia las fuerzas que él mismo comandaba. Y lo que era más insultante, junto a esa pica, las figuras de cinco hombres enfundados en unas fulgurantes armaduras blancas, impolutas. Cinco hombres en formación que le miraban fijamente.

Era algo inaudito. Algo imposible. Nunca antes nadie había conseguido mirarle a los ojos sin caer rendido a sus pies fruto del terror. Jamás nadie había sido capaz de esa ofensa sin caer destruido por el pánico.

Cerró los ojos intentando encontrar una explicación a los hechos. ¿Quienes eran esos guerreros?
No importaba, no sabía como habrían conseguido resistir su anterior susurro, pero no lo harían con el siguiente. Nadie plantaba cara a aquel que derribaba montañas con una sola palabra, que quebraba los cielos con sus alas, que secaba los mares con su calor. Hacía tantos siglos que no utilizaba aquella oración que dudo al comenzar, pero lo hizo.

La oración habría sido ensordecedora para cualquiera. La luna se tiñó de sangre. El suelo se abrió tragándose todo a su paso, toda vegetación al alcance de la vista murió, cogiendo un color negro como la noche. El cielo lloró. La tierra chilló. Miles de almas aparecían y desaparecían en el oscuro cielo, quejándose por haber sido invocadas por alguien tan maligno. Gritos desgarradores, llantos y lamentos era lo único audible en la zona.

La polvareda era tal que incluso el mismo demonio tuvo que cerrar los ojos. Y sonrió.
Los enormes dedos le cosquilleaban. Era divertido para él. La verdad es que en ese momento le gustó estar ahí, le gustó la destrucción causada. Las almas consumidas, las vidas segadas. Quizá así le dejasen en paz por unos siglos más, no era de su agrado verse inmerso en estas batallas tan nimias, tan insignificantes. Insectos. Eso es lo que eran los humanos para alguien de su estirpe.


Saboreó el dulce sabor metálico de la sangre que caía sobre él. Y entonce decidió marcharse.
Comenzó su lento y pesado caminar de nuevo. El silencio era amo y señor de todo. Nada quedaba. O eso creía él.

Antes de que pudiese sentirlo, escuchó un chasquido. Una rama partiéndose a escasos metros detrás suyo y se volvió para ver, totalmente incrédulo, como esos cinco hombres cargaban contra él con una energía nunca vista. Unos hombres enfundados en esas armaduras blancas. Unas armaduras con un símbolo en el pecho. Una R. Una R que brillaba como la luz más pura. Las armas de estos cinco valerosos hombres le cegaron, y tuvo que resguardarse bajo sus gigantescas alas.

Cuando los hombres cargaron al unísono con su rugido como un potente guerrero, sintió algo que jamás había sentido y de lo que no tenía constancia.

Sintió Miedo.

2 comentarios:

  1. Quienes son esos caballeros???¡¡¡¡¡
    Angeles?,demonios quizas??, extraterrestres¡¡
    De donde procede el DEMONIO,de donde proviene su poder,¿llamará a otros demonios superiores??
    Que sigaa¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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  2. A lo mejor era el diablo de Tasmania!! :O

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