sábado, 31 de marzo de 2012

Salvador (I)

Cierto día, hace ya unos años, tuve un sueño. Soñé con un mundo gobernado por fuerzas desconocidas. Personas con túnicas que endiosaban figuras con un cetro con una recreación del planeta en la punta. Soñé con un planeta arrasado miles de años atrás y reconstruido gracias a la magia. Facciones que luchaban entre sí por insignificantes piedras de colores que destilaban brillos cegadores. Y lo que más recuerdo, o lo que tengo más claro en la mente, es a la gente clamando por un salvador, mientras cientos de pueblos eran devastados por hechizos imposibles.

Me desperté sobresaltado a las 7:42, minutos antes de que sonase el despertador, sudando, y mientras me ponía mi reloj (siempre me lo quito para dormir) y me vestía para ir a desayunar, seguí dándole vueltas al sueño. Yo sabía que había visto ese cetro en otro lugar, sin embargo no conseguía fijar esa imagen en mi cabeza. Me cabreaba el hecho de que cuanto más quería profundizar en el sueño, más difícil se me hacía recordarlo. No le di más vueltas y me fui a desayunar.

De camino al trabajo, me fijé en un autobús, más concretamente en un lateral de éste, en el cual un cartel que promocionaba una obra de teatro, sacaba en primer plano un cetro que me pareció el del sueño. "Entradas disponibles en tiendas habituales y en la biblioteca de ahí al lado"...
¿Cómo? Lo volví a leer."Entradas disponibles en tiendas habituales" O seguía medio dormido o habría jurado que se mencionaba la biblioteca "Dallas". Una biblioteca que nadie sabía como podría seguir en pie. Era tan misteriosa y deprimente tanto por fuera como por dentro.

Yo la conocía bien, puesto que de vez en cuando me habían hecho falta algunos libros y era la más cercana a mi casa. Cierto es que como nunca había nadie, siempre estaban los libros que buscaba. Por alguna extraña razón, me sentí tentado de acercarme a la biblioteca y preguntar, de todas formas, iba con tiempo de sobra para el trabajo.

Llegué a la biblioteca y abrí la puerta. Me encontré una biblioteca más lúgubre que nunca, sin apenas iluminación y con un silencio inquietante. Miré la puerta. ¿Un cartel de cerrado? ¿Y por qué la puerta está abierta? Al entrar en la biblioteca, percibi una extraña sensación en el ambiente, como si me estuviesen mirando desde todas las direcciones. La puerta se cerró a mi espalda, con cuidado, como para no hacer ruido. Intenté abrirla pero no pude, ahora sí estaba cerrada de verdad la biblioteca. Un escalofrío me atraveso de arriba a abajo. Empecé a ponerme nervioso.

Miré a un lado y a otro y pregunté si había alguien. Nadie. Escuché unos golpes en unos pasillos cercanos y me dirigí hacia allí por si era el bibliotecario. No sé si iba con miedo, pero era una sensación extraña. Notaba una presión alrededor como si las paredes se moviesen y me fuesen haciendo un camino. Entonces lo ví. Era un libro blanco que resaltaba en la estanteria oscura. Rodeado de libros antiguos y llenos de polvo descansaba ese otro algo más grande que éstos. De un blanco impoluto, parecía que invitaba a los visitantes a cogerlo.

¿Qué iba a hacer si era cogerlo? Ya estaba allí, y la situación ya era tan extraña que me daba igual, así que no me iba a quedar con las ganas. Lo cogí. De repente oí un ruido a mi espalda. Una figura encapuchada y cabizbaja se plantó delante de mí. Me llevé un susto considerable, y me corté con una de las baldas de madera, ya resquebrajadas, en la rodilla

- Ese libro te ha llamado, hijo - me dijo - Muchos han pasado por aquí sin ser llamados, pero ese libro se ha iluminado para tí. ¿Eres tú a quién llevamos siglos buscando? Sólo tú puedes darnos la solución a esa pregunta. Aquel que es llamado por el Secet sagrado deberá superar una prueba para enfrentarse al Camino. De no superarla, todo ésto quedará en el olvido, y posiblemente quedemos condenados. Nada podrá ya ayudarnos. Espero que estas no sean las últimas palabras que te dirijo.. Acto seguido, golpeó dos veces el suelo con su bastón, y debí perder el conocimiento.

Me desperté, no sé cuanto tiempo después, mi reloj seguía marcando las 07:42. Debió haberse parado. Estaba en una sala circular, sin ventanas, sin puertas. Nada. No había nada en ningún sitio, ¿por dónde se salía? Palpé por toda la superficie y no encontré cerraduras, ni pomos ni nada que me hiciese pensar que había forma de salir.
Estaba muy nervioso, porque me dí cuenta rápidamente de que tampoco había ventilación ninguna. Había una ligerísima luz en la sala, pero no pude averiguar de donde salía, porque no había rendija ninguna, ni para la luz... ni para el aire.

Cuando mis ojos se acostumbraron a esa escasa luz, pude distinguir en una de las zonas, con letra pequeña y cuidada, un par de párrafos. Recuerdo que eran dos acertijos. Acertijos que, aunque los tengo en la mente, no soy capaz de escribirlos. Es como si cuando fuese plasmarlos en un papel se me fuesen de la memoria. También me pasa cuando intento contárselo a alguien, no soy capaz de recordarlo en el momento. Es muy frustrante, y es excesivamente agobiante.

Puedo recordar que eran símbolos extraños. Símbolos que no había visto en mi vida pero que supe interpretar sin ningún problema. Es difícil de explicar. ¿Cómo pude conocer y entender algo que jamás había visto? La verdad es que recuerdo vagamente que hablaba de conceptos que no había escuchado jamás, incluso me atrevería a decir que hablaba de conceptos que no existen, por así decirlo, no sé... pero conseguí entenderlo todo.

Sé que resolví esos acertijos. Cuando mentalmente encontré la solución a ellos, la luz del habitáculo se fue haciendo más brillante, hasta que tuve que cerrar los ojos y ponerme las manos delante. Seguidamente comenzaron a dolerme los oídos y caí de rodillas. Debí perder de nuevo el conocimiento. Desperté en mi cama, como si nada hubiese pasado. Como si todo hubiese sido un sueño. Lo extraño es que cuando miré la hora, eran las 7:42. Pero dos detalles me pusieron la piel de gallina. Llevaba puesto mi reloj y tenía una cicatriz, apenas visible, en la rodilla. Cicatriz que aún mantengo.

No sé qué pasó, no quiero saberlo, y aunque necesito una explicación para ello, me da miedo. Y más miedo me da el hecho de que a lo mejor la próxima vez, no paso la prueba o lo que sea que fuese aquello.

El hecho de que escriba ésto, es porque quiero dejar constancia de lo que me pasa y de mi miedo. Acabo de darme cuenta, que todos los relojes de mi casa se han parado a las misma hora esta mañana.

Supongo que a estas alturas, ya sabréis qué hora marcan..

1 comentario:

  1. Espero que no nos dejes con la miel en los labios...que haya un Salvador fin....

    ResponderEliminar

Deja tu comentario, mortal.