martes, 22 de mayo de 2012

Réquiem

Llueve a cántaros. Mis botas se hunden varios centímetros en este barro frío. Estamos bajo cero y hay mucha niebla. Podría estar con mis compañeros tomando una sopa y contando historias con las que nos reímos bastante. Nos conocemos desde hace mucho y sabemos lo que nos hace falta en cada momento.

Pero hoy tenía que venir aquí. A rezar.

Mi padre siempre fue muy filosófico. Para cualquier circunstancia tenía algo que decir, y siempre algo muy acertado. No era el típico hablador, sabía lo que decía. Siempre me apoyó en los momentos difíciles. Y en mi vida he tenido muchos. Muchas elecciones que han dado giros a mi vida de un día para otro. Él siempre estuvo ahí para darme el empujón que me faltaba. Desde pequeño me enseño que la vida es para los valientes, para los que nuca dan marcha atrás, ni para coger impulso. De los que van siempre mirando hacía el frente.

Recuerdo que cuando tenía apenas 8 años y jugaba al fútbol, me rompí una pierna. Dije que no quería seguir jugando, aún con lo mucho que me gustaba. Grité y chillé que no quería que me hiciesen daño nunca más. Mi padre me dió un guantazo. Es la única vez que recuerdo que me haya puesto la mano encima.  Me agarró por los hombros y me dijo, mirándome a los ojos, que en nuestra familia el caerse estaba permitido, pero que el levantarse era obligatorio. Cuando esa pierna sanase, seguiría jugando al fútbol. De hecho, lo hice.

Muchos años han pasado de aquello, pero aún conservo esa filosofía, que he llevado a todos mis destinos inculcándola a mis hombres. Caerse está permitido. Levantarse es obligatorio.

Cuando cumplí los 18 y me alisté en el ejército, él no se opuso. Vengo de una familia en la que hay médicos, algún escritor, maestros.. incluso hay algún deportista con mayor o menor éxito. Soldados no hubo ninguno. Y él no se opuso. Sólo me dijo que eligiese lo que de verdad me gustase, lo que me fuese a llenar como persona. Lo que me fuese a hacer feliz. Intente hacerle ver por qué me gustaba el ejército, pero el me chistó porque no tenía que convencerle de nada, él iba a estar ahí conmigo siempre para apoyarme. - Hijo, en lo que sea, pero el mejor- Me dijo. Así era mi padre.

En una de mis primeras misiones de reconocimiento, siendo cabo aún, recibí un disparo. La verdad es que fue un disparo que podría haberme matado, pero el destino, azar o como se quiera llamar hizo que la trayectoria de la bala de aquel rifle de francotirador se desviase lo suficiente para no atravesar nada que me causase un gran daño. Tengo que decir que me asusté mucho, y en el hospital, con algún tubo enganchado a mi cuerpo le comenté a mi padre la posibilidad de dejar el ejército. Tenía miedo. Recuerdo su mirada, fría como el hielo. Profunda. Agresiva. - Retirada nunca. Rendirse jamás, Lucha por ésto. Es lo que te gusta.- Fueron sus palabras. Y se marchó.

Sólo vino a verme tres días después, cuando mi madre le dijo que iba a volver a mi puesto, que no quería dejarlo. Sabía como convencer a los demás. Puede que mi padre fuese algo manipulador, pero jamás por malicia o en beneficio propio. Lo hizo porque sabía que era lo que yo quería.

Seguí su consejo. Siempre lo he hecho durante toda mi vida. Siempre acerté porque él siempre acertó. Porque nunca reculaba. Prefería pedir disculpas que pedir permiso. Qué grande.

Hoy se cumplen, si mis cálculos no me fallan, doce años de su muerte.
No fué por ningún ataque, ni ninguna explosión ni ninguna herida. Murió en la cama. Durmiendo. Como deberíamos morir todos. Al menos es algo que me reconforta de su pérdida.

No hay día que no me acuerde de él, de sus enseñanzas y de que ojalá estuviese a mi lado para guiarnos a todos. Seguro que tendría algo que decir para hacer todo más llevadero.

Gracias por todo, papá.

Dios nos guarde.
Buena suerte a todos.

Día 5541 Tras día D.
VDR


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